8.3.17

DE UNAS MANOS A OTRAS

Una mujer en los veintes, blanca, rubia o con el pelo pintado tal vez. Su vestido rosado delineaba su delgada y joven figura. El objetivo de ese tipo de ropa estaba cumplido. Sus tacones también rosados, la hacían ver mucho más alta. Ahí estaba parada en una de esas “activaciones” que alguien a cargo del área de mercadeo de una venta de lociones pensó que sería buena idea para ese día. En todos los elementos de ese espacio dominaba el color rosado.

El centro comercial estaba más o menos concurrido. Ella entregaba rosas a las mujeres que pasaban cerca de su sonrisa apenas sostenida. Las entregaba junto con papelitos con olor a loción. Y así estuvo todo el día. Supongo.

En el tercer nivel otra mujer limpiaba bandejas y apelmazaba la basura. Más o menos de la misma edad. Morena, el pelo negro profundo y sujetado con una cola. Zapatos bajos que seguro le resultaban cómodos para ir y venir a prisa entre mesas, recogiendo las bandejas ya vacías de comida. Desde el lugar en el que estaba sentado podía verlas a ambas. Tal vez si la otra mujer no tuviera tacones y estuvieran al lado una de la otra, serían de la misma altura. Y tendrían la misma sonrisa cansada y apenas sostenida.

La mujer que apelmazaba la basura sacaba rosas rojas de la basura y las ponía en una bolsa negra. Ahí al lado de las botellas de plástico. Esas rosas que fueron de las manos de la mujer de tacones a los de alguna oficinista. De ahí a la basura y finalmente a las manos de ella. Cuando la vi ya acumulaba varias.

Probablemente ambas al terminar la jornada tomaron el camino a casa en el servicio público de buses. Con suerte, si encontraron lugar, irían con la cabeza recostada en el vidrio opaco. O si no, de pie mientras intentarían que ninguno tomara sus pertenencias o pasaran detrás de ellas con las caderas rozándolas con la excusa del bus lleno.



Al llegar ambas a casa, me imaginé dos escenas paralelas, vistas desde arriba, por supuesto, en donde una se quita los tacones, se desmaquilla y se desploma en su cama mientras la otra pone las rosas rescatadas de la basura en un recipiente plástico al centro de su mesa. O tal vez ambas tengan que ir a alimentar a algún pequeño con el salario mínimo que las dos deben ganar.

Porque podés poner una “activación” y regalar rosas por el día de la mujer, pero ojo, tiene que ser rentable. Y claro, por limpiar bandejas, por servir y por hacer eso que de todos modos ellas ya hacen todos los días en casa…

Yo en cambio llegué a casa cómodamente en mi bici, me quité los zapatos, prendí la tele, la compu y revisé el celular. Así estuve, reponiéndome de un día largo y cansado en la oficina. Luego salí a cenar a un puesto de comida sobre la acera. Otra jovencísima mujer, indígena ella, me preguntó que qué iba a comer.

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