30.1.17

TE VOY A DEJAR Y ESE ES MI REGALO

La mujer que me sirvió la cena atiende una llamada. Me dio una pieza de pollo dorado medio frío a la que bañó en frijoles colados calientitos. También café. Todo en recipientes de duroport. Así como dicta el manual de estilo de los puestos callejeros de comida.

Siempre que veo a una mujer indígena por las calles me pregunto de dónde será. Eso sería fácil determinarlo si supiera a qué lugar pertenece tal o cual diseño de su ropa. Pero no lo sé y cuando medio reflexiono al respecto, me doy cuenta que apenas si sé algunas pequeñas cosas de este país. De dónde es ella, por ejemplo, es algo que aún no sé.

Con el teléfono que sujeta a la oreja con el hombro, le dio un sorbo a lo que tiene entre una bolsa negra. Al sujetarla sonó el inconfundible sonido de una lata. De algo sí estoy seguro: a esa hora de un lunes, en una acera de la dieciocho calle, esa mujer no estaba tomando una gaseosa enlatada.

Hablaba con una voz muy firme pero sin alzarla. Fuerte pero sin llegar a gritar. Era imposible no escucharla. Además estaba justo enfrente, a menos de un metro. Ella estaba de pie mientras yo sentado en un banquito plástico le daba la primera mordida a mi pollo bañado en frijol. Entre cada frase que decía habían silencios. Algunos casi imperceptibles, otros más largos.

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- No, ya te dije que te voy a ir a hablar.
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- Que te voy a ir a hablar.
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- Ya te dije que te voy a ir a hablar en la cara.
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- A mí me vale veinte quetzales que tengás problemas con eso.
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- Lo que te voy a ir a decir es que te voy a dejar oiste.
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- Que te voy a dejar.
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- Ay dios, vos creés que sin vos no puedo vivir. Si para mí hay muchos hombres por ahí.
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- Yo tengo mi trabajo, yo tengo mi dinero, yo tengo mis cosas.
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- Ya te dije, que te voy a dejar.
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- Yo estoy tranquila trabajando todo el día y vos todo es problema.
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- Así no se puede, pensá bien lo que estás haciendo, eso no es correcto.
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- Decís que sos mi marido pero ni me das dinero y ni me dejás trabajar.
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- Entonces qué miércoles querés.
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- Me voy a ir a trabajar en la cantina, eso sí te gustaría verdad.
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- Si, con todo el dolor de mi corazón te voy a dejar y te lo voy a ir a decir en tu cara. Así ya no se puede.
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- No me importa morirme.
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- ¿Vos creés que me da miedo morirme?
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- Escuchame bien, si me matás, ese es mi regalo. Oíme bien, si me matás, ese es mi regalo. De todos modos voy a dejarte.
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- Yo no tengo miedo de morirme.
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Por un momento la vi a los ojos. Unos ojos negros con una mirada que al igual que su voz, demostraban una determinación de esas que te da el haber meditado por largo tiempo el qué pasos dar. Le daba sorbos a su bebida, tal vez para soportar el frío de esta noche o para tener valor de irle a hablar a la cara a quien quería hablarle a la cara y decirle que eso había sido todo.

Mientras seguía hablando iba guardando todas las piezas de carne que le sobraron. Las que seguramente servirá mañana. O eso es lo que sin duda ella espera. En algún momento regó toda la sal y se puso a recogerla y a ponerla en un recipiente de duroport. Me parecía que por cada frase que decía, recogía un puñado de sal. Le pagué mi cena. Gracias. Buen provecho. Que tenga buena noche. Igualmente.

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- Escuchame bien, si me matás, ese es mi regalo. Oíme bien, si me matás, ese es mi regalo. De todos modos voy a dejarte.
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- Yo no tengo miedo de morirme.
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Ya sin hambre pedaleé lentamente a casa. Una nocha muy fría que se estampó de lleno en mi rostro, en el pecho. En estos dedos, en estas manos. Y en mi cabeza su voz rebotando hasta dar con esa parte en la que estoy seguro que yo no tengo nada por qué sentir miedo. O no por una ruptura o una discusión telefónica de pareja. No como ella. Apenas otra cosa de la que estoy seguro al vivir en este lugar. No sé cómo dormirá ella. Yo aún sigo escuchando su voz.

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