29.7.15

INTENTAR GANARLE A UN MURO

El día que mi madre murió, mi hermano mayor nos leía el Quijote. Mi padre había dicho que leyéramos. Y además nos dijo qué: debía ser la biblia. La lectura del día. Cuando volvió a casa y nos llamó al patio para darnos la noticia, preguntó si habíamos leído lo que nos dijo.

Debió haber un silencio enorme y paralizador porque no imagino a mi hermano mayor tratando de asimilar la noticia mientas contestaba que nos habíamos decantado por un libro de aventuras. Nos culpó, dice mi hermano. Por no rezar por su mamá, ahora está muerta. Dice que eso nos dijo.

Veo esa imagen desde una esquina del patio de esa casa. Nosotros cuatro estábamos justo enfrente de la ventana de la cocina. La casa tenía un patio al frente, una champa de madera y lámina con un cuarto de block un poco atrás. También tenía un patio trasero donde creía un limonar y un aguacatal. O eso recuerdo.

Esa mañana los cuatro estábamos en el patio trasero. De pronto mi padre se fue. Llegaron noticias sobre mi madre. Sufrió un colapso en la escuela a donde había ido a recoger notas, Ellos tres limpiaban la maleza y yo supongo que lloraba. O tal vez jugaba con mis manos y el polvo de la tierra. Con el pasar de los años, el polvo de aquellos días se convierte en la pólvora que enciende la mecha de mi memoria.

También veo esa imagen desde una esquina. O también la imagino. Ya ni sé. Apenas recuerdo y por eso imagino tanto. Los enormes vacíos de mis primeras memorias las he ido rellenando con ansiedades, tristezas volutas y cielos azules. Casi todos mis recuerdos son así. Y los he recreado infinitas veces e infinitas veces termino en la misma postal.

Mi padre siempre queda de espaldas. Nunca he podido verme viéndolo a los ojos. Yo no sé si aquel día lloraba. No sé si, ese día o cualquier otro, había tristeza en sus ojos. Y la espalda de mi padre tampoco me deja verme, ni tampoco ver con claridad a mis hermanos. Giro las imágenes una y mil veces. Viajes virtuales de 360 grados. Y nada. Nunca los ojos de mi padre. Nunca los de mis hermanos. Nunca los míos.

La espalda de mi padre es un muro. Mi padre es un muro. Mi muro. Él también ya está muerto. Si lo recuerdo es por mí y por mis hermanos. Por verlos a los ojos. A veces cuando leo pienso en eso. Y cuando veo a mis hermanos leyendo con tanta devoción me gustaría pararme en alguna de sus esquinas internas. E intentar verlos desde ahí.

Tampoco he podido, pero al menos sé que nuestras ganas de leer, y de vivir por sobre todas las cosas, no se estrellaron ni se fueron nunca con él. Te ganamos, padre. Aunque a veces lo hagás vos y yo entristezca de súbito y termine aquí escribiendo de esto. Pero sabelo: te ganamos, padre. Te ganamos día a día.

2 comentarios:

lu! dijo...

Que chulo texto Engler...

Anónimo dijo...

Aunque siento que quien más perdió, por estos mismos días está perdiendo aún más.

Y duele.

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