Una chica ríe a carcajadas. Lanza los restos de un elote a unos perros callejeros. El más grande es el primero en llegar a donde ha caído. Lo sujeta con la trompa y corre. Los demás lo siguen y luego hacen círculos alrededor de la adolescente de ropas sucias y pelos alambrados.
A un par de metros, los integrantes de un grupo bajan sus enseres de un viejo camión. Bocinas, micrófonos, consolas. Atriles, instrumentos. Ya tienen un reproductor conectado a las bocinas. Suenan esos himnos y alabanzas a las que calificarlas con adjetivos, es una tarea de más bien de masoquistas.
Tardarán un poco más en descargar y montar todo el equipo para tocar en vivo. Cantarán, llorarán, lamentarán. Pedirán perdón, suplicarán. Y más tarde, como cada domingo en esta esquina del parque central, intentarán vender sus discos.
La pegamentera y sus chuchos en cambio, parecen disfrutar esta mañana soleada. Ríen y saltan. No necesitan nada más que un palo ensartado en el tronco sucio de un elote desgranado. Lanzarlo lejos y traerlo de vuelta.
Me da hambre. Así que entro a comer en el restaurante de la esquina. Cuando me he atorado de tortillas recién cocinadas y frijol refrito, salgo a buscar a la vagabunda y sus perros. Quiero verla y escucharla reír de nuevo. Es que esas formas casi obscenas de alegría dominical son escasas por estas calles. Pero se han largado, la adolescente y sus perros ya no están. En cambio queda el grupo ya completamente instalado y sí, ya están tocando.
2 comentarios:
Viva la vida Tercermundista!
Eso es exactamente la vida, un conjunto de alegrías pasajeras!! solo espero que así de pasajeras sean las tristezas!!
un saludo, me volví a escapar desde un blog vecino ;)
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