26.7.11

OTRA HISTORIA DEL BARRIO

Habían crecido en el mismo barrio, jugado en las mismas calles. Habían ido a las mismas escuelas públicas. Habían sido testigos del cambio de paisaje y de atestiguar que urbanización es un tema de construir como cada quién pueda.

Juntos llegaron a la adolescencia y juntos pasaron a la juventud. Hicieron sus propias familias. Y en todo el proceso este de crecer y desarrollarse hallaron en el delito la manera de agenciarse de dinero. Es decir, también delinquieron juntos.

Dieron muchos golpes. Y siempre era uno el que se quedaba a escondidas con la mayor tajada. A pesar de eso salían juntos a celebrar. Ya se sabe, drogas, alcohol, mujeres. Esas cosas que cualquiera que se precie debe hacer para celebrar sus triunfos. Y el fin de semana con la familia por los centros comerciales haciendo lo que cada ciudadano responsable debe hacer: consumir. Ropa, juguetes, electrodomésticos, gadgets de todos colores. Esas cosas que una familia modelo debe tener en su casa. La vida era bella.

El último negocio que hicieron juntos había salido perfecto. Pero la acostumbrada distribución esta vez no dejó satisfecho a uno de los dos. Siempre se las había aguantado. Se le acabó la paciencia. No dijo nada, dejó correr los días. El tiempo necesario que le tomó planificar su próximo golpe.

La tarde en que tuvo lugar el desenlace de aquella relación de toda la vida, uno de ellos estaba jugando en un local de esos que nunca pasan de moda en los barrios. Las maquinitas. Billete tras billete. La señora que atendía el local se los cambiaba por monedas del cobre mas barato. Para comprarse nuevas vidas en las maquinitas.

En esas estaba. La mirada fija en la pantalla y sentado en un banquito de plástico con un par de amarres en las esquinas. Tres personas lo acompañaban. Su porra particular. Como él pagaba las maquinitas donde jugaban, no les quedaba otra que aplaudirle sus intentos de hazañas y sus luchas por tratar de conseguir fallidamente la última pantalla. Escuchó su nombre.

El otro tipo trataba de encontrar valor metiéndose polvo hasta por los poros. Vio pasar el carro de reciente modelo que acababa de comprarse su amigo de la niñez y no pudo evitar pensar que aquello era producto de la parte que le correspondía. Hizo un par de llamadas para activar su plan. Apuró la última línea y salió hacia el local de las maquinitas. Al llegar lo llamó por su nombre. Él volteó a verlo.

Casi un año después y el caso sigue abierto. Lo cuenta un amigo en común de los dos que trabaja en el ente estatal encargado de la investigación. La tarde esa de los disparos en el local de las maquinitas, le tocó ir a tomar fotografías y esas cosas. Le enseñó algunas bastante grotescas a la persona que me contó esta historia. Y que sí, que el caso sigue abierto.

Después de llamarlo por su nombre el chico salió disparado en su carro. Los que lo acompañaban en el local hicieron algunas llamadas y decidieron seguirlo. Un par de kilómetros adelante se dieron cuenta de que reaccionaron demasiado tarde. También se dieron cuenta de que el tipo lo tenía todo planificado. Encontraron su carro vacío y muy bien parqueado.

Pero no fue por mucho tiempo que desapareció. Cuando regresó lo primero que hizo fue visitar a los que aquella tarde estaban en el local. Una de las dos veces que cuenta la señora del local que llegaron los investigadores, ellos dijeron que no habían visto nada. Que estaban jugando y que al escuchar los disparos solo alcanzaron a tirarse al suelo.

El grupito aquel al que pertenecían desde la niñez se separó en dos bandos. Los que estuvieron de acuerdo dados los antecedentes en la repartición de los botines y los que estaban indignados y que le reclamaron airadamente. Cada bando decidió seguir por su lado. Todo por aquellas calles anda de nuevo en las mismas. Solo que ahora son dos bandos. Pero en esencia, pareciera que nada hubiera pasado. Otra historia de barrio más.

La esposa de aquel chico me cuenta esta historia. La escucho con mucha pena. Me enumera las penurias que pasa junto a su familia desde aquella tarde. Adelgazó. Y me cuenta que le da mucha furia ver al que otrora también consideraba su amigo pasear por el barrio con toda la tranquilidad del mundo. Como si no debiera nada.

No, ella no entiende por qué la policía no lo apresa. Se le hace difícil entender que un crimen pueda resolverse en 72 horas y otros no. Yo trato de explicarle que para eso se necesitan recursos y todo ese bla-bla-bla con el que intento hacerme a la idea de que esa es la ruta a seguir en la “lucha” contra la impunidad. Ella me escucha en silencio. Creo que logra entenderlo. No lo sé. Solo la veo menear la cabeza de un lado a otro. Termina de contarme esta historia y se queda callada. Estoy seguro que algo debe estar planeando.

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Texto para la Plaza Pública.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Capo!!! vamos por partes:

1) la historia es hilarante, un pelicula cortita que se disfruta frame por frame. No por gusto sos el Capo.

2) Es complejo lo de la justicia, a pesar del bla-bla-bla, la velocidad de las investigaciones y los resultados son proporcionales al pisto que tenes, punto.

3) Un abrazo capo!

Fabrizzio.

Engler dijo...

Un fuerte abrazo Fabrizzio y muchas gracias por la lectura. Agradezo infinitamente tus comentarios.

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