23.11.09

Llego al lugar de siempre, me siento en el mismo sitio. Te busco con la mirada y no te encuentro, de igual manera en la penumbra perenne de este lugar y con solo algunas luces encendidas cuesta reconocer un rostro. El tuyo lo reconocería aún en la oscuridad pero no te veo. Me vienen a atender. Pido lo mismo de siempre.
El mesero trae consigo un vaso con una servilleta que pareciera venir con bufanda. Viene medio lleno de cubitos de hielo. Recuerdo haberle dicho que no quería. Pienso en reclamarle pero cuando está justo en mi mesa veo en sus ojos algo que parece que lo trae un tanto desconcertado. Me intriga. Dice algo acerca de que le pague con sencillo, pido que lo vuelva a repetir, la música con volumen alto y mi audición limitada me impiden escuchar claramente. A veces tengo que preguntar dos veces las mismas cosas o emitir un “ah” largo en forma de pregunta. Muletillas les llaman, muletillas auditivas en este caso.
Le pregunto al mesero por ti. Cuando escucha tu nombre una sonrisa un tanto siniestra le recorre el rostro. Su desconcierto parece disiparse en ese momento mientras pareciera gozar al contarme que ya no estás. Viendo el sol de espaldas a ti y queriendo que la noche llegue pronto. Eso me lo imagino cuando me dice que talvez estés en la playa. Pregunta si necesito algo mas, le contesto que no, que gracias.
Me quedo en esta mesa de madera plegable y bancos duros bastante sucios mientras me tomo lentamente esta soda. Cuando me vaya la pajilla estará totalmente mordisqueada y si estuvieras acá eso te causaría risa, fruncirías lentamente el ceño como cuando reconoces algo que es diferente, esos detalles que uno nunca olvida, como tu manera de cerrar los ojos en esos momentos de convulsiones. El lugar vuelve a estar vacío, pero esta vez se va llenando lentamente, no del todo, pero lo suficiente para que haya cierto movimiento. La música sigue estando con el volumen alto, por momentos nadie se mueve, desde donde estoy mi vista domina todo el espacio. Me siento como en un cine y todo delante de mis ojos parecen escenas de alguna película neorrealista.
El guardia abre el local. Cuando entra todas las miradas voltean a la puerta que está justamente a mis espaldas. Un segundo transcurre y luego todos vuelven a sus miradas en la mesa, algunos a las pantallas a los lados de este escenario ficticio y otros a frotar los vasos. Se dirige a hablarle al mesero que me trajo la gaseosa. Al hablarle le toma del hombro, le da algunas palmaditas, casi pareciera que fuera su hijo y talvez, las edades son posibles pero evidentemente en las miradas no hay nada familiar. Ni físicos ni expresiones. El guardia tiene una mirada un tanto nerviosa y evita verle directamente a los ojos, pareciera que tiene prisa por terminar la plática. El mesero por su parte tiene la mirada fija. Ahora estoy seguro que hay algo que lo mantiene pensativo, dubitativo. Terminan la charla y el guardia entra aún mas al local mientras le señala la salida al mesero. El mesero sale del local por la puerta a mis espaldas.
Una voz en el micrófono anuncia el acto estelar. Quiero irme ya, no tiene sentido seguirte esperando. Pero el número promete cuando veo una silueta aparecer desde el fondo. Me quedo viendo mientras pienso que desearía morir en un paisaje de cielos novembrinos y que mi sangre tiña de blanco tu vientre y oscurezca en tus ojos mi vida para siempre.
Han terminado las dos piezas musicales que generalmente duran estos actos de contorsiones e insinuaciones. En el intermedio un mesero transporta unas botellas de la barra hacia unas mesas. Se detiene en una y les dice algo a los dos personajes que acaban de integrarse al escenario. Sigue con las botellas hacia otra. Parece que lo que les dice tiene que ver con los cigarros que acaban de encender. Ahora entiendo por qué todo se ve tan claro, por qué las tenues luces arrojan las sombras necesarias sin que nada pierda sustancia.
Por un momento todos parecieron sobresaltarse y voltearon a ver a la puerta a mis espaldas. Como un acto reflejo. Luego ya no vi nada, pareciera que me hubiese dormido y ahora despierto. Ya no hay soda en mi vaso que a estas alturas se ha despojado de su bufanda de papel blanquecino. Pareciera que hace ratos terminó el espectáculo en el local. Salgo y a media calle en dirección al norte distingo un bulto en medio de la acera y una cinta amarilla delimitando el espacio que va del poste de la luz al poste del teléfono y termina en unos autos que emiten luces azules y rojas que dan vueltas consistentemente. Decido seguir en dirección contraria. Me voy pensando que esta tarde aún es noviembre y seguramente mi vida no anochecerá con la tuya.

3 comentarios:

Prado dijo...

La descripción final es genial. Saludos.

Javier Cánaves dijo...

felicidades

Angel Elías dijo...

Estimado: por tu blog te di el premio literario pra que lo tengas como un presente... me parece tu blog un esfuerzo que se debe reconocer.

Pásalo a traer a mi blog: www.lossecretosdeangel.blogspot.com

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