12.11.09

Era la ciudad su mundo. Los limites irascibles, de nuevo los balazos. Siempre lo fueron por mas que intentáramos no escucharlos. Escribí un relato que hablaba de sangre y luces, de odio y muerte, de drogas y bestias armadas. Nada paranormal en un lugar que se hacía llamar Guatemala. El contrapunto de una revolución empieza cuando ya no hay esperanzas, pero en este miserable país todos quieren ser. En mis dedos necios y mecánicos y en mis neuronas tiritando de angustia guardo un pequeño papel con la letra despintada y corrida, como cuando un rostro plenamente maquillado se desdibuja bajo la tristeza de una lágrima.
Ilegible, el país se volvió denso, se hizo pantomima.
Una cruel carcajada. Todo fue el peso de un mortero que le alcanzó mientras pensaba en ir a dejar el pan. Una bala de cañón apuntando a la diana. Se acabó el juego, hay que cerrar las puertas apagar la única luz que aun titila en las torres de lobreguez fulminante. De pronto ya no reconozco a nadie en medio de este oscurantismo que desde siglos atrás nos acompaña. En medio de la oscuridad esa luz mortecina parecía alumbrarnos el final del túnel. Tal parece que nada pasará.

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