8.10.09

TORTILLERIA, ABARROTERIA, CAFETERIA...

-Los patojos se acuestan tarde, como a las diez, yo me acuesto temprano, a las ocho, si pues, a las ocho me acuesto yo, los patojos se quedan viendo tele y yo les tengo que decir que bajen el volumen de la tele porque no se puede dormir.

-Y a qué hora se levanta?

-Como a las seis… -Duerme bastante entonces!

Se ríe nerviosamente. Y sigue hablando…

A ellos les gusta ver la tele. En el pueblo a veces ponen películas en el gimnasio municipal, si pues, en el gimnasio municipal. A las mujeres también les gusta ver películas, el otro día encontraron a una patoja dentro del gimnasio que se había colado. Curiosa la patoja. ¿A usted le gusta ver películas de adultos?

Salgo temprano de mi casa luego de haber dormido muy poco. Tengo en el cuerpo esa sensación de aletargamiento que provoca el no descansar lo suficiente. Llego al Trébol y me meto en una cafetería que también es tortillería y también tienda. Libre de barrotes, de esos que se agrupan formando geometrías rectangulares. Barrotes que de cualquier manera son inservibles. Pero uno cree que por lo menos disuaden. Pido lo que siempre pido, huevos revueltos, frijoles parados refritos y una pequeña rodaja de queso. Toda una familia se encarga de la atención del lugar, mientras las nietas hacen las tortillas, la hija prepara los huevos y el padre cobra, los nietos mas pequeños se preparan para ir a estudiar. Corren de un lado a otro ensuciando prematuramente los uniformes de faldas plegadas y camisas de manga corta. Tienen música de "Los Temerarios", o de "Los Tigres", a veces "Julio Iglesias", "Mocedades", o en este caso "Rocío Durcal". "Vicente Fernández" también. Por momentos me siento lejos de la ciudad. Los bocinazos en la calle me recuerdan que no es así. La gente desesperada intentando llegar a tiempo a lugares a los que no quisieran llegar nunca. Ya casi son las ocho de la mañana.

Afuera la calle parece adentro y desde adentro parece igual. Todo en calma, en relativa calma, en exacta calma. El le contaba que tenía una tele y que le salía cara la luz pero que afortunadamente tenia unos "terrenitos" donde siembra café, que al final de la cosecha vende a 40 quetzales el quintal. Recuerdo entonces que en los indicadores internacionales de las bolsas de valores los “commodities" cotizan alto. A él pareciera no interesarle, supongo que me costaría explicarle que demasiada gente en el camino lucra con el sudor de su frente. Libre mercado le llaman. Intermediaros, mercenarios, apologistas de la explotación. Subvaluar a la gente, pienso, no me entenderá. El sigue preguntando.

-¿Quiénes son mejores personas, los ricos o los pobres?

Todo en la calle tiene rastros de pasos, de manos, de alma.

-A mi esposa le gusta ponerle chicharrón a los frijoles, le gusta hacerlo de diferentes maneras.

Me siento extraño pero me siento bien, es decir, no me siento incómodo. El señor lleva una playera polo verde con una leyenda en el pecho, en inglés, parece ser el eslogan de alguna empresa que seguramente cotiza en la paca. No lo sé, su gorra está sucia o lo que uno pudiera pensar sucio. Lleva en la gorra sudor y tierra.

Agarrados de los tubos del picop se van del pueblo. El irse es un decir. Los pies bien asentados en zapatos cosidos miles de veces, inventados otras tantas veces. Pantalones de vestir con parches de colores que intentan ser del mismo color pero se les nota lo distinto, lo grande de la puntada, lo personal de la puntada. Con sombreros o con viejas gorras, se van. Con mochilas igual de viejos y descosidos van llevando en ellas las manos que en casa se quedan. Alimento al hombro, sombrero al sol, al leve sol que a estas horas ya empieza a dejar de ser un sueño.

A algunos los acompañan los hijos varones, pequeños, más diminutos aún. Pequeños labriegos que aprenderán azadonazo a azadonazo, sol a sol, sombra a sombra. Hombro a hombro. Recuerdo lo de la esposa y los chicharrones, supongo que ahora mismo estará revolviendo las cenizas para avivar de nuevo la hoguera, haciéndola del tamaño necesario, como lo aprendió viendo, como lo vio cuando era pequeña.

Yo me quedo, al igual que las mujeres. La masa viene para tomar forma en manos pequeñas, en manos grandes. Por la vereda baja la señora que va al mercado, lleva sobre su cabeza un cajón. Colores le acompañan en cada paso.

La escuela está en el cerro, han salido ya varios patojos, algunos doctores, abogados...

Lo cuenta con voz pausada y sin prisa. El viento parece atravesar las calles. Recuerdo que cuando le pregunté por la edad de sus hijos, me dijo que no las sabía todas, que no es que fueran mucho sino que no se sabía todos los números. Me contó que hubo un niño en el pueblo que su papá quería que fuera doctor para ayudar a tanta gente que se muere. Pero el niño quería ser escritor, contar historias, otras historias.

A veces parece que en este lugar todo pareciera estar predeterminado. Las ferias llegarán todos los años con los mismos juegos en versiones cada vez más modernas. Que los helados seguirán haciéndose de manteca y que el polvo de las afueras, esas que siempre se van, seguramente se llenaran de adoquines. Y que los cables cual hilos conductores de la gran marioneta seguirán llegando al pueblo en forma de desarrollo. Y a ellos solo les quedará cruzarse de brazos mientras los niños y las niñas se gastan las monedas en los futillos o en las maquinitas. Cruzar la curiosidad mientras llega la noche. La hora de dormir y soñar con filarmónicas sin saber si eso existe.

Ya casi es de mañana, la luz aún es un sueño, comienza de nuevo el ritual del dia. Me levanto con la misma ropa de ayer. Me subo a mis alturas. Y salgo. A recorrer lentamente cada puerta. Tocarlas como si mis dedos fueran de viento y los nudillos, pequeñas piedras lanzadas levemente para simular toquidos.

Entonces veo como una a una todas las almas empiezan a llenarse al mismo tiempo que amanece. Ahí van los que se van y vuelven tarde. Se van solamente, después de dormir solamente. Pasan a la esquina donde ya hay panes, jugos, atol. La mamá dirige la desigual orquesta. Pienso que debería irme también. Debo irme también.

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