INMERSION

Desperté con el ocaso de la luna. Anoche me quedé dormido, pensando en todo, olvidándome de nada. Ayer tarde vagué por la ciudad, la encontré en una nube de ruidos y prisas. En mis caminos todo suele ocurrir. Un tipo dijo conocerme y gritó mi nombre, mi primer nombre. Yo no lo conozco, es muy extraño. Todo suele ocurrir. Camino esta larga avenida de aceras inundadas, de día por mercaderes obstinados y operando al margen del sistema. De noche en los portales el mendigo tiende su morada sobre cartones olvidados. Personajes espectrales parecen surgir de las cloacas. El viejo bus va vomitando humo, el policía de tránsito suena su silbato justo en mi oído y yo que quiero huir aturdido por las prisas, corro al segundo nivel del comercial aquel. Entro al café, sólo me siento y veo las terrazas, me siento tan sólo con tantas desgracias. Ella se volvió a ir y yo sigo mi camino y pienso en el tipo que dijo conocerme “…lo que pasa es que tenés que tener más retentiva…” me contestó cuando le pregunté si lo conocía. Y yo que no recuerdo si lo conozco. A saber. Observando vitrinas, el borde de esta acera casi me derriba. Trato de correr, se hace tarde, a estas horas los carteristas y mendigos, prostitutas y travestís se apoderan de este lado de la ciudad, este lado donde la historia dobla en cada esquina, como aquellos en estas horas. ¿Quién los escuchará? Ya la historia es importante solo para el pasado. A ellos y a la historia les huimos, nos huimos. Salgo corriendo. Ya es tarde. Vengo despacio, tratando de encontrar mi espacio y entre las prisas de la vida y los números de las ofertas trato de descubrir el porqué, porqué somos así. Me quedo dormido.