24.11.11

Una muleta apoyada en una pasarela. Una pierna sin pie recostada en la parte media de la muleta, esa que sirve para sujetarla cuando se intenta caminar con ella. La muleta y la pierna sin pie forman un ángulo recto. Un dedo índice encorvado señalando las líneas de un libro grueso y gastado. Una cabeza gris acomodada sobre un suéter enrollado. El viejo lee sentado en las últimas gradas de una pasarela, no levanta la vista. Las delgadas hojas del libro se agitan con el viento. Él intenta con la palma de la otra mano, que esa agitación no le impida seguir con su lectura. Lo observo por varios segundos. Cuando levanto la mirada y veo el cielo inmensamente azul, creo que lo comprendo. Bajo la vista y me alejo caminando.

1 comentarios:

Valentina dijo...

Cuando los veo pienso muchas cosas. Qué pensarán de sus propias vidas y de su propia soledad que, a lo mejor, ellos no sienten como yo la percibo. Pero los pienso, sí; e intento meterme en su piel o imaginar que ellos se meten en la mía. Y a lo mejor entonces ellos siente que mejor lo suyo: un rincón soleado, un libro, y cuando termina la lectura o te cansas sólo el cielo y la tierra, sin entornos confortables pero también un poco tiranizantes que soportar ni de los que cuidarse.

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