10.5.11

HISTORIAS DE BARRIO

Cuando salió de la cárcel esperaba nunca más volver. Tampoco era que se hubiera convertido, levantado la mano o cualquiera de esas cosas. No. Simplemente no quería volver. Y se dedicó a trabajar, a llevar los días con esa extraña calma de los resignados, de los que saben que de la vida, quedan pocas cosas por aprender o por hacer. Y por conocer.

En el pueblo habían matado a uno de sus viejos amigos. Otro de sus viejos amigos que fue escalando en la carrera del crimen, el asesino por supuesto. El asesinado también tenía esa peculiar expresión de calma. Con hijos adolescentes solo le quedaba seguir trabajando y no exponerlos. Pero rencillas son rencillas. Un balazo en la cabeza. Ese fue su fin, desangrarse al volante de su viejo automóvil mientras su ayudante repartía las canastas del pan.

El tipo que había salido de la cárcel siempre tuvo pinta de sicario, muchos de los que creían conocerlo, quizá por la expresión en su rostro, lo creían eso. Había estado preso por otros asuntos y había cumplido al pie de la letra su sentencia. De sicario, nada. Juraba que nunca había disparado contra alguien.

El tipo que había mandado a matar a su viejo amigo empezó a hablar y dispersar un rumor para poner distancia de su responsabilidad. Pronto, los deudos de aquel asesinato habían escuchado las acusaciones contra el exconvicto. Y empezaron a buscarlo. No con la acepción esa de encontrarlo, todos sabían donde vivía, sino mas bien enfrentarlo fuera de su zona de seguridad.

Vivía en una colonia con nombre planetoide en aquel pueblo. Es un lugar en apariencia calmo. Los pleitos nunca pasaban de las trompadas en las tiendas a la hora de los tragos. Era tan calmado que los lugareños solían decir que el único problema que tenían era la estación de la policía en la entrada. En la única entrada. Pero cualquier extraño con olfato investigador inmediatamente podía enterarse de muchas cosas. Cosas que los habitantes sabían y hacían lejos de la colonia.

En resumen, es una colonia llena de panaderías, en una de las cuales trabajaba ahora el otrora convicto. También llena de iglesias evangélicas que se atribuían el haber logrado la calma en ese lugar y claro, cientos de perros rondando las calles ahora completamente asfaltadas. Solía ser un pueblo polvoriento y a pesar de su calma actual, la etiqueta de zona roja le quedó.

Así que, enterado y valorando los rumores decidió armarse nuevamente. Es que, ¿qué hago si me encuentran? se preguntaba. El resultado de tal decisión, de nuevo está en la prisión. Un día, tomando cerveza con sus amigos en una de las tiendas de la colonia le vieron el arma. Unos tipos con los que había tenido alguna escaramuza. Y llegó la policía, la que ciertamente, también asegura él, solo sirve para chingar.

Tal parece que va a pasar la misma cantidad de tiempo en la prisión por tener un arma sin licencia que por los motivos de su anterior estadía. Robo de vehículos. Eso si el arma no tiene investigaciones pendientes. Mientra tanto, el asesino del rumor, el tipo que le vendió el arma, éste sí un sicario y los chismosos están viendo como emprenden camino hacia otras nortitudes. Tal vez a él, aún le queden cosas por aprender o por hacer. A dispararle a alguien por ejemplo. Pero detrás de su rostro que sigue sin inmutarse, es difícil saberlo con exactitud.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!! Muchas veces estos tipos según ellos nunca ha hecho nada que merezca la cárcel :( pero vaya a saber y no cargaba con algunas vidas inocentes! bueno al final lo que importa es tu narración, como siempre excelente! Felicidades! Me gusta venir y leer!! Saludos!

Sergio Cano dijo...

Hola Engler, fijate que tus relatos estàn muy bien escritos. Quisiera ver si podemos publicar uno en una revista que editamos en Huehuetenango. Mi correo es s.cano.3@hotmail.com. Te escribo aquì porque no se como màs contactarte. Saludos
Sergio Cano

Anónimo dijo...

Ya me hacía falta pasar un poco por este sitio. Es que se respira aire fresco.

Saludos escritor.

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