17.2.11

Nunca antes había visto a la peluquera contestar el teléfono. Si mi amor… No, todavía no… ¿Carga su celular?... Yo le devuelvo la llamada… Sobre el mueble de melanina, frente a un enorme espejo y en medio de botes de champús cuasi milagrosos, entre tijeras y peines de distintos grosores, unas flores empiezan a marchitarse. Unas rosas se resecan y un globo platinado en forma de corazón empieza a desinflarse. La peluquera hablaba con Judit. Pues si Judit… Es que mire Judit… A cada frase que decía le llamaba por su nombre. Mire Judit, quiero hacerle una pregunta, usté sabe cómo se hace una depilación en las piernas… Y Judit le explica que debe comprar unas cremas. Es que fíjese Judit que yo no sé nada de eso… qué crema debo comprar, de qué marca… Judit le responde, miré pues, no vaya a comprar ni la más cara ni la más barata. Ahh bueno, dice la peluquera. Siguió cortándome el pelo mientras Judit revisaba un catálogo de avon. Cuando llegué, la peluquera le decía a Judit que lamentaba que su esposo la hubiera dejado, que no le pusiera importancia, que todos los hombres son iguales, que si uno le pone sentimiento todo se complica. Sonó su celular. Lo contestó y me dejó una toalla en la cabeza como turbante. Me veo en el enorme espejo. Es imposible no reírse. De regreso a casa, veo la espalda de una chica sentada en cuclillas. La blusa se le sube un par de dedos por la espalda, como los que esta tarde la peluquera enamorada le quitó a mi cabellera. Un tatuaje se dejaba ver apenas. No me hizo falta verlo completo para encontrarle similitud con esos que salen en la tele o en las fotos de los diarios cuando a los aprehendidos les hacen quitarse las playeras. Tenía una hermosa sonrisa. Fumaba un porro de marihuana. Fumaban un porro de marihuana mientras un guardia de seguridad vestido de azul apretaba fuertemente su macana. Los veía. No estoy seguro si tenía miedo o se sentía desamparado. Tal parece que estar enamorado, un globo platinado o compartir un porro de marihuana, son las únicas maneras de salvar esta ciudad. Ojalá el guardia que aprieta su macana, cuando llegue a su casa, tenga quien le sonría. Parece utopía, pero ojalá sea así.

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