TESTIGO

El chico no debe ser mayor de edad. Su mirada parece extraviada en un horizonte lejano. Lleva una especie de guanteletas y un sudadero blanco con rayas negras. Las personas a su lado lo hacen caminar a empellones. Sus pasos son torpes, erráticos. Quiero verle a los ojos para intentar encontrar alguna emoción. Pero nada. Los que sí parecen llenos de adrenalina son todos a su alrededor. Finalmente cae al pavimento justo en la esquina de la dieciocho calle y séptima avenida. Un Policía Municipal sujeta al chico del brazo, cuando cae, se queda parado. Una persona que parece extranjero tiene una cámara fotográfica en las manos, la sujeta por sobre su cabeza mientras emite una pequeña luz roja. Otros también han sacado sus celulares. Después de varios minutos, el policía se decide a ponerlo de pie. Lo ayudan otros que recién se incorporan a esta escena en el centro de la ciudad. Lo sujetan para intentar mantenerlo erguido. Junto a él se mantiene una chica que tiene la mirada llena de miedo. Podría asegurar que venían juntos. Unos niños revolotean felices, juegan entre ellos a agredirse, ven el rostro del chico y sonríen. Me quito los audífonos. El ruido de la calle y la algarabía de los niños me llega de golpe. La tarde de este domingo se extravía en un horizonte rojo oscuro como el que emana a borbotones del rostro del chico. Me quedo viendo un tiempo más e imagino al que parece extranjero y a los de los celulares usando sus cuentas de YouTube. Si es que las tienen o tal vez solo se lo muestren a sus familias al llegar a casa esta noche. Yo pienso en este texto. Me vuelvo a poner los audífonos. Pensé que llegarían los bomberos pero es obvio que nadie los llamó. Lo que llega es una patrulla de la Policía Nacional Civil. Suben al chico que lleva las guanteletas desgarradas y el sudadero manchado de rojo. Me voy. Prefiero pensar en cómo podría quedar este post.